jueves, 12 de marzo de 2009

Revistas de antaño

El Cojo Ilustrado 1892-1915

ORIGEN.

El nombre de la revista “El Cojo Ilustrado” proviene de uno de los fundadores de la empresa promotora de la publicación, Manuel María Echezuría, quien era cojo. Jamás la cojera de un hombre ha sido tan afortunada como la de Echezuría, quien desprendido de prejuicios, tomó su defecto físico para denominar sus obras, entre las cuales destaca “El Cojo Ilustrado”. Su primer número data el 1 de enero de 1892 y el último tiene fecha de 1 de abril de 1915.
A la denominación comercial “El Cojo” le agregaron la palabra “Ilustrado” en la oportunidad de poner en circulación el periódico que tuvo el mérito de ser uno de los primeros que se instaló en Venezuela con un taller de fotograbado mecánico. Algunos estudiosos del tema han dicho que lo de “Ilustrado” se refería a las magníficas y abundantes ilustraciones que adornaban la publicación.Anteriormente en Maracaibo existió un mensuario dirigido por Manuel López Rivas con el nombre de "El Zulia Ilustrado" (1888-1891). Este desapareció en diciembre de 1891, es decir, un día antes de publicarse la primera edición del quincenario caraqueño.
Edición de muestra para apreciar la portada de El Zulia Ilustrado.Maracaibo, 24 de octubre de 1888.Partitura publicada enla primera edición de El Cojo Ilustrado.1ero de enero de 1892.
Existe mucha semejanza entre los dos periódicos; en el de Caracas se encontraron algunos de los colaboradores de la publicación zuliana.



"El Primera portada de El Cojo Ilustrado.1ero de enero de 1892Cojo



" puso en acción recursos más poderosos que su predecesor “El Zulia Ilustrado”, por su temario de carácter nacional e internacional, según Raydan (2001, p.131).Su primer número data del 1 de enero de 1892 y el último tiene fecha de 1 de abril de 1915. La revista tuvo una duración de 23 años en circulación desde el siglo XIX hasta principios del siglo XX.


CARACTERÍSTICAS PERIODÍSTICAS DE LA REVISTA "El Cojo Ilustrado" contaba con más de tres mil (3000) suscriptores en Venezuela y en el exterior. El abono mensual por dos 2 revistas era de cuatro 4 bolívares y el número suelto valía 2 bolívares. El formato de la revista medía 32 por veintitrés 23 centímetros, con 16 páginas a 3 columnas. Jamás fue contraria a los gobiernos, mantenía una línea fundamentalmente cultural.Poseía una sección biográfica y enciclopédica. Resaltaba, a través de sus fotografías, la Venezuela del siglo XIX y comienzos del XX. En ella encontraba por números gran cantidad de fotograbados, partituras musicales, fotografías, manuscritos, poesías y publicidad al final de cada

El Cojo y su publicidad

Como contaba en el último post, una de las cosas que más me gustaron del Cojo fueron las muestras de publicidad. Hay que ver cómo esas muestras describen lo que se sabía en el momento, las necesidades que había, y más divertido aún… ¡cómo las escribían! Ya había dicho algo sobre la fascinación con el francés; aunque en honor a la verdad, debo observar que siempre hemos sido muy acomplejados con nuestro idioma en el terreno de lo comercial. Pero como eso es material para otro post, me limito con mostrar dos de las muestras que pude sacar de El Cojo y que me llaman poderosamente la atención; una, por la cantidad de cosas que se curan con una sola pastilla… (le ganaron al Mapurite) y la otra, por lo cerca del francés que están las palabras. (muchas dobles eses y dobles tes que definitivamente, ya no usamos).La gran mayoría de los productos eran médicos; luego se adhirieron otros productos y empresas (hasta unas pastillas que hacían crecer el busto y aumentar la estatura) y por supuesto, los productos que se vendían en el mismo Cojo (Desde postales y tarjetas, pasando por ropa de lana, hasta cigarros). Y como no me quiero dejar por fuera las muestras que más me divirtieron, transcribo unas aquí.Pobreza de sangre. Vino de Bellini con Quina y Columbo. ¡Este vino fortificante febrífugo, antinervioso cura las afecciones escrofulosas!Contra las enfermedades nerviosas (vértigos, palpitaciones, epilepsia) no hay mejor remedio que las cápsulas del Dr Clin… al bromuro de amonioEUREKA. Es indisputable y no cabe duda.

La Emulsión de Scott no tiene rival en el mundo terapéutico. Desde el vanidoso aristócrata hasta el humilde aldeano la consumen con perseverancia, con fé y convencimiento, porque ya no se ignoran sus virtudes.Sólo con leer siento que huele a botica de abuelita y a farmacia de antaño donde inyectaban Agua de belleza. Todo el Cojo transporta con sus páginas la escencia de la señorial Caracas de esos años, con sus calles amplias y sus caballeros engominados y vestidos con chaleco que se saludaban con mil palabras corteses que se fueron ahorrando poco a poco con el tiempo.Por un nuevo Cojo



Notas en diarios



Se trata de un texto que con el título de «Entre las ruinas» y el subtítulo «I. Por el arrabal. Los sembradores», se publica en El Cojo Ilustrado (Año XX, Nº 472, 15 de agosto de 1911, pp. 468-470). Al final lleva la indicación: «Capítulo de una novela en preparación». En su redacción original no forma parte de ninguna de las novelas publicadas por Gallegos, aun cuando se le utiliza en forma muy parcial -completamente reelaborado además- en Reinaldo Solar (se trata del pasaje sobre los mendigos lisiados, a final del Cap. VII de la Primera Jornada). El texto completo se encuentra reproducido en el volumen de dramas y relatos La Doncella y El último Patriota (México: Ediciones Montobar, 1957, 220 pp.) donde figura entre las pp. 143-152, con indicación de su origen y carácter.
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Generación del 98 se refleja en el Cojo Ilustrado
Esta generación del 98 sigue siendo objeto de múltiples estudios. El más reciente ciclo de conferencias se llevó a cabo del 8 al 12 de noviembre en el Celarg. En este curso de extensión, ésta distinguida casta fue relacionada con la revista quincenal venezolana El Cojo Ilustrado
Antonio García Ponce
El acto de instalación contó con la participación de Trino Alcides Díaz, rector de la Universidad Central de Venezuela, Ramón J. Velásquez; presidente de la Fundación Francisco Herrera Luque y Miguel Angel Encina, de la Embajada de España.
Cirilo Flórez Miguel, profesor de la Universidad Civil de Salamanca, España, en su ponencia “Generación del 98: Iconoclastas siguiendo a Nietzsche” sostiene que, existe un elemento fundamental para afirmar la existencia de esta generación: Nietzsche. El reconocido filósofo alemán, coetáneo a los hombres del 98, fue el mentor “e inspirador filosófico de todos ellos”. La influencia se percibe en su declaración como “iconoclastas”.
Basilio Tejedor, profesor de las Escuelas de Letras y Comunicación Social de la Ucab, e investigador del Instituto de Investigaciones Lingüísticas y Literarias de nuestra universidad, expuso “Don Quijote en América de Tulio Febres Cordero (La trilogía Unamuno-Cervantes-Febres Cordero)” y la también profesora de la Escuela de Letras, María Isabel Martín de Puerta ubicó a la generación del 98 en su contexto histórico.
La ponencia de Antonio García Ponce giró en torno a “El Cojo Ilustrado” y la “paradoja de las generaciones”a lo largo del s. XIX, dominaron el paisaje literario latinoamericano dos corrientes sucesivas: el romanticismo y el modernismo.

La poesía modernista fue representada en Venezuela por Antonio Ros de Olano y Heriberto García de Quevedo, entre otros; la prosa, por el pedagogo Cecilio Acosta y por el historiador Eduardo Blanco (autor, en 1882, de la primera novela venezolana, Zárate). Llegó a continuación el modernismo, a través de dos revistas: El cojo ilustrado y Cosmópolis. Coetáneas de esta corriente fueron dos tendencias de corte nacionalista: el nativismo y el criollismo. Como reacción al modernismo nació la generación poética de 1918, con figuras como Ramos Sucre o Planchart.
También a principios del s. XX se había dado a conocer la generación de narradores de La alborada, cuyo máximo representante fue Rómulo Gallegos. A fines de los años 20, en una Venezuela petrolera, el Grupo Viernes reflejó en su poesía los cambios acaecidos, una vez muerto el dictador Gómez. En estos años empezó a darse a conocer el posiblemente más grande novelista y ensayista venezolano contemporáneo: Arturo Uslar Pietri.
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IX. Revistas Hispanoamericanas Literarias.
Categoria: Literatura
Propiedad del contenido: Ediciones Rialp S.A. Propiedad de esta edición digital: Canal Social. Montané Comunicación S.L. Prohibida su copia y reproducción total o parcial por cualquier medio (electrónico, informático, mecánico, fotocopia, etc.)
La mayor parte de los historiadores e investigadores de las Letras hispanoamericanas han subrayado la importancia que en el proceso de éstas han tenido las gacetas, revistas y periódicos literarios. Esta importanciaha determinado que, frecuentemente, se sitúe e identifique a numerosos escritores por el nombre de aquellas publicaciones en que tomaron parte activa, como, p. ej., en los casos de los martinfierristas (Argentina), del «grupo Letras» (Chile) o del «grupo Viernes» (Venezuela). Este fenómeno no ha sido, sin embargo, suficientemente reconocido, puesto que, descontados en parte los trabajos del norteamericano Boyd G. Carter, no existe hasta ahora un estudio global sobre las publicaciones periódicas hispanoamericanas que permita comprender la función que éstas han tenido como «agentes» de difusión e innovación literarias. La mayor parte de los estudios realizados no sobrepasan, por lo general, los límites de un catastro temático, como lo prueban los índices de materias publicados de la Rev. Azul (México), Nosotros (Argentina), Rev. Nacional de Cultura (Venezuela) y de otras revistas de indiscutida significación.

Un estudio riguroso de las revistas literarias hispanoamericanas permitiría, desde luego, reconstruir la historia efectiva de la l. continental desde el s. XIX hasta nuestros días, siempre que no se limite al registro de las grandes revistas e incluya el examen de todas aquellas publicaciones que, como la mayoría de las revistas y hojas vanguardistas, jugaron un papel decisivo, no obstante su efímera vida.

Desarrollo histórico. Siglo XIX.

Para las primera publicaciones literarias en Hispanoamérica, v. VII. Han sido las revistas las que, desde mediados del siglo pasado, han socializado la L. hispanoamericana, al ofrecer a los escritores un lugar o espacio en el que, de un modo u otro, se continuaba su obra (reseñas críticas, estudios, polémicas) y al abrirles la posibilidad, real o ilusoria, de un público, a instancia fundamental para su profesionalización como autores.
La importancia de este hecho fue advertida, desde luego, por numerosos escritores hispanoamericanos del s. XIX. Así, p. ej., el chileno José Victorino Lastarria (1817-88) señalaba, en sus Recuerdos literarios, el papel que tuvieron las principales publicaciones liberales aparecidas durante la cuarta década del siglo pasado en su país. «No menos de cuarenta escritores, decía Lastarria, habían contribuido a afirmar la trascendental influencia que tuvieron en la fundación de alta prensa de nuestro país, en la consolidación del movimiento literario y en la difusión de las ideas liberales, El Semanario de 1842, El Crepúsculo de 1843 y Rev. de Santiago de 1848. Exceptuando únicamente a cinco de aquellos escritores, todos los demás comenzaron a ilustrar su nombre en aquellos periódicos, la mayor parte se formó en ellos, iniciando su carrera de prosadores o poetas, y adquiriendo la justa fama con que después han sabido mantener el lustre de la literatura nacional, cuya existencia principia en 1842.»

Esta situación descrita por Lastarria no es, sin embargo, privativa de Chile sino que, en general, corresponde a lo que ocurría en la mayor parte de las sociedades hispanoamericanas por las mismas fechas. En todas ellas, los escritores participan en una actividad diarística y revisteril de indiscutible importancia, como lo prueban la publicación, entre otros, de La Moda (Argentina, 1837-38), El Comercio (Perú 1839), El Siglo XIX (México 1841-96), Revista de Valparaíso (Chile 1842), El Progreso (Chile 1842-53), Diario de la Marina (Cuba 1844-?), El Universal (México 1848-55) y Mosaico (Venezuela 1854). Resulta curioso retener, a título de documento ilustrativo del espíritu de la época, los fines que se proponía el editor de la última de las publicaciones nombradas, el venezolano Luis Delgado Correa.
«Cinco son, decía Delgado Correa, los fines de esta publicación: 1° Coleccionar muchos artículos poco conocidos en la actualidad insertos en diversos periódicos nacionales. 20 Dar más publicidad a las bellas producciones de escritores americanos, casi ignorados en nuestra patria. 3° Facilitar la publicación de artículos inéditos de escritores venezolanos. 4° Hacer conocer en el país algunas producciones del genio europeo. 5° Aumentar el escaso número de las impresiones nacionales en ocasión en que la prensa literaria yace silenciosa y abatida. Plegue al cielo que esta publicación merezca el apoyo del público, guiado de un sentimiento de amor patrio y de protección a las letras.»
Conviene subrayar, sin embargo, dos de las publicaciones recientemente citadas, la Rev. de Valparaíso, publicada por el escritor- argentino emigrado Vicente Fidel López (1815-1903), y el gran periódico liberal mexicano El Siglo XIX. En las páginas de la Rev. de Valparaíso escribieron, además de López, Domingo Faustino Sarmiento (v.), Juan Bautista Alberdi (1810-84), Juan María Gutiérrez (v.) y otros insignes miembros de la emigración antiprosista, y en ellas se inició lo que se llamó en Chile «la polémica del romanticismo» (v. ROMANTICISMO IV).
Como señala Vilches Acuña en su monografía sobre las revistas chilenas del s. XIX: «La importancia de esta publicación es la de haber sido la primera en el orden cronológico de las revistas literarias».
El s. XIX, por su parte, inició, en 1845, la publicación de un folletón literario cuya significación e importancia fueron puestas de manifiesto por Malcolm Dallas McLean, en el estudio que dedicó, hace algunos años, al «contenido literario» de este periódico mexicano. Este folletón anuncia ya los excelentes suplementos literarios que, desde la segunda mitad del siglo pasado, insertarán los principales diarios del continente, y dos de los cuales -los de La Prensa (1869) y de La Nación (1870) de Buenos Aires llegaron a tener internacional celebridad.
Esta actividad revisteril se irá notablemente incrementando a medida que, durante las últimas décadas del s. XIX, se van esbozando los profundos cambios estéticos e ideológicos que, de un modo u otro, preparan la irrupción del modernismo (V. MODERNISMO III). La mayor parte de la producción literaria de la época aparece originalmente en los innumerables periódicos y revistas que comienzan a publicarse en casi todos los países hisnanoamericanos, y en los que se acusa un manifiesto «nacionalismo continental». Este rasgp fue debidamente advertido por el venezolano Emilio''Coll (1872-1947) en el «chaloteo» con sus dos compañeros de empresa, los escritores Pedro César Domínici (1872-1954) y Luis Urbaneja Achelpohl (1874-1937), que sirvió de presentación al primer número de Cosmópolis (1894). «En la América toda, decía Coll, un soplo de revolución sacude el abatido espíritu, y la juventud se levanta llena de entusiasmo. Rubén Darío, Gutiérrez Nájera, Gómez Carrillo, Julián del Casal y tantos otros dan vida a nuestra habla castellana, y hacen correr calor y luz por las venas de nuestro idioma que se moría de anemia y parecía condenado a sucumbir como un viejo decrépito y gastado. Nosotros, hijos de una misma madre, permanecíamos desconocidos unos de otros, pero ahora, gracias a la literatura y a los periódicos que surgen en todas las Repúblicas españolas, nos saludamos como hermanos, nos conocemos y estamos en plena luna de miel.»

El mismo año en que el joven Pedro Emilio Coll, en Caracas, escribía estas palabras, Rubén Darío (v.) fundaba en Buenos Aires, con Ricardo Jaimes Freyre (v.), notable escritor boliviano radicado a la sazón en la capital argentina, la Rev. de América, de la que sólo alcanzaron a publicarse tres números. Mejor fortuna tuvo la Rev. Azul fundada, igualmente en 1894, por otro de los cabecillas del movimiento modernista, el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera (v.).
Esta revista fue, durante sus dos años de existencia, uno de los vehículos más decisivos en la difusión de la estética del movimiento, y en ella colaboraron Rubén Darío, José Martí (v.), Salvador Díaz Mirón (1853-1925), Julián del Casal (v.), Amado Nervo (v.), José Santos Chocano (v.), Justo Sierra (1848-1912), Leopoldo Díaz (1862-1947) y otros. Su importancia ha sido reiteradamente señalada por los estudiosos del modernismo, e incluso ha sido objeto de algunas investigaciones monográficas, como, p. ej., A Study of the «Revista Azul», del norteamericano Harry Rose.
Otras publicaciones del mismo periodo que merecen ser retenidas por la importancia que ocupó en ellas la L. son, entre varias, la Rev. Cubana (Cuba, primera etapa, 1885-94), El Cojo Ilustrado (Venezuela 1892-1915), El Mundo Ilustrado (México 1894-1914), La Biblioteca (Argentina 1896-98), El Mercurio de América (Argentina 18981900), Caras y Caretas (Argentina 1898-1939) y Pluma y Lápiz (Chile 1900-04). Algo anterior que estas publicaciones, pero igualmente importante, fue la Rev. Chilena (1875-80).
Fundada por los historiadores Diego Barros Arana y Miguel Luis Amunátegui, esta revista fue, posiblemente, una de las últimas grandes publicaciones aparecidas en Chile durante el s. XIX. En sus números están contenidas algunas de las páginas literarias e intelectuales más notables de José Victorino Lastarria, Guillermo Matta (1829-99), Daniel Barros Grez (1834-1904), Moisés Vargas (1843-), Gonzalo Bulnes y Ricardo Palma (v.).
Entre las revistas recién citadas, una de las más significativas fue, sin duda, El Cojo Ilustrado. Fundado en 1892, por J. M. Herrera Irigoyen, este quincenario caraqueño constituyó otro importante órgano de difusión del modernismo, y en sus páginas colaboraron regularmente Rubén Darío, Leopoldo Lugones (v.), Enrique Gómez Carrillo (v.), Leopoldo Díaz, José Santos Chocano, Baldomero Lillo (1867-1923), Rómulo Gallegos (v.), Amado Nervo y otros. Cabe destacar la colaboración de Darío no sólo por su monta (89 textos según el inventario realizado por Hensley G. Woodbrigde y Gerald M. Moser), sino, asimismo, por la resistencia que suscitó entre algunos escritores venezolanos, como el historiador José Gil Fortoul y el crítico Gonzalo Picón-Febres (1860-1918).
Siglo XX. Con el advenimiento del s. XX, la actividad revisteril hispanoamericana conocerá sus mejores horas, pero, al mismo tiempo, los primeros síntomas de una crisis general de las publicaciones literarias. Desaparecen las grandes revistas animadas por escritores, como lo fueron la mayoría de las publicaciones modernistas, siendo sustituidas por otras en las que, en el mejor de los casos, la sombra de una «burocracia cultural» tiende, de más en más, a desplazar la creación literaria y conceptual.
Los periódicos, por su parte, han ido reduciendo progresivamente el espacio dedicado a la L. hasta límites que superan holgadamente al sombrío panorama que esbozara Juan Vicente González al referirse, en 1865, a la situación de Venezuela, luego de cinco años de sangrienta guerra interna. «Si las letras, decía González, son el lujo de las sociedades avanzadas en cultura, mal pueden encontrarse entre nosotros, sin ocio para escribir, inspirados por pasiones momentáneas, distraídos por el ruido de las catástrofes, tristes con lo presente, temerosos del porvenir.»
La historia de la revista argentina Nosotros resume, en parte, esta situación.
Fundada en 1907, por Alfredo A. Bianchi y Roberto Giusti (n. 1887), Nosotros no sólo llegó a ser el principal órgano de los escritores argentinos sino, como subrayaba Boyd G. Carter, el «logro cultural de más importancia que en América se ha registrado». La larga nómina de sus colaboradores comprende a los escritores más representativos de las Letras hispanoamericanas del s. XX, desde Rubén Darío a Gabriela Mistral (v.), desde Leopoldo Lugones a Jorge Luis Borges (v.), desde Alfonso Reyes (v.) hasta Mariano Picón Salas (v.), desde Rafael Alberto Arrieta (n. 1889) hasta Ezequiel Martínez Estrada (1895-1965), etc.
Su primera desaparición, en 1934, señaló, posiblemente, el inicio del ocaso de las grandes revistas literarias hispanoamericanas, como lo insinuaron sus fundadores al dar razón de la suspensión. «¿No estará en tela de juicio, preguntaban Bianchi y Giusti, no ya la existencia de una determinada revista, sino la de todo un género de publicaciones, las cuales tuvieron su auge, y algunas vida gloriosa, en el s. xix y a principios del presente, y hoy van siendo desalojadas si, no tienen un peculiar carácter de especialización, por otros' medios informativos?»
Republicada en 1936, Nosotros logró sobrevivir hasta 1943, año en que desapareció definitivamente, dejando un hueco que, hasta la fecha, ninguna otra publicación hispanoamericana ha podido llenar, no obstante, la excelente calidad de muchas de ellas, como El Mercurio Peruano (Perú 1918-39), Repertorio Americano (Costa Rica 1919-57), Atenea (Chile 1924-71), Sur (Argentina 1931), Rev. Nacional de Cultura (Venezuela 1938), Rev. de las Indias (Colombia 1938-51), Cuadernos Americanos (México 1942) o La Torre (Puerto Rico 1953).
De todas estas últimas revistas, Sur es, sin duda, la que mejor expresa los problemas y las inquietudes de un importante sector de escritores hispanoamericanos de este siglo. Fundada por Victoria Ocampo (n. 1893), a instancias de Waldo Frank y aconsejada por Ortega y Gasset, Sur ha registrado en sus páginas las colaboraciones de los escritores más significativos de Hispanoamérica, Estados Unidos y Europa durante 40 años.
«Prefiramos recordar, escribía Guillermo de Torre en 1950, algunas prioridades de Sur en el campo internacional. Aquí, a poco de publicarse en el original alemán, y aunque fuera tomándolo de una versión francesa, apareció la primera versión castellana de ¿Qué es metafísica?, de Heidegger; aquí Benjamín Fondane, Gouiran, Ferrater Mora, Erro, Astrada, Fatone y otros comentaron, desde hace años, la filosofía existencial; aquí se glosó, madrugadoramente, por Charles Duff, a Joyce; Malraux anticipó su presentación de El Amante de Lady Chetterley, de D. H. Lawrence; lo mismo que años más tarde se vertería un texto importante de Sartre sobre su filosofía, otros de Mounier sobre el personalismo y un conjunto de colaboraciones superrealistas.» No está de más, por otra parte, recordar que una parte importante de la obra de Jorge Luis Borges, al igual que numerosos textos de Ernesto Sábato (v.) y de otros escritores argentinos e hispanoamericanos, fueron publicados inicialmente en Sur.

Los efectivos «agentes» innovadores de la L. hispanoamericana fueron, sin embargo, como en los tiempos del modernismo, aquellas revistas de vida usualmente efímera pero cuya acción significó una profunda ruptura con las formas e instituciones literarias socialmente aceptadas. Esta ruptura fue, en efecto, el signo de algunas notables publicaciones de la década del 20, como Los Nuevos (Uruguay 1920), Proa (Argentina 1922-23; segunda época, 1924-25), Martín Fierro (Argentina 1924-27), Rev. de Avance (Cuba 1927-30), Letras (Chile 1928-31) y otras de menor significación.
El Manifiesto de Martín Fierro, publicado en el no 4 de este quincenario, resume, si no las proposiciones, por lo menos los comunes rechazos de las revistas vanguardistas (V. VANGUARDISMO) de los a. 20. «Frente a la impermeabilidad hipopotámica del honorable público.
Frente a la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático, que modifica cuanto toca. Frente al recetario que inspira las elucubraciones de nuestros más bellos espíritus y a la afición al anacronismo y al mimetismo que demuestran.
Frente a la ridícula necesidad de fundamentar nuestro nacionalismo intelectual, hinchando valores falsos que al primer pinchazo se desinflan como chanchitos.
Frente a la incapacidad de contemplar la vida sin escalar las estanterías de las bibliotecas. Y, sobre todo, frente al pavoroso temor de equivocarse que paraliza el mismo ímpetu de la juventud, más anquilosada que cualquier burócrata jubilado:
Martín Fierro siente la necesidad imprescindible de definirse...», etc. Cuarenta años después, el mismo talante rupturista anima a los colaboradores de El Corno Emplumado (México 1962), El Techo de la Ballena (Venezuela 1962) y, en menor escala, de Zona Franca (Venezuela 1964) y Amaru (Perú 1967). Entre ambos grupos, cabe retener algunas publicaciones surrealistas (v. SURREALISMO III) de irregular aparición, como Qué (Argentina 1928-30, dos números), Ciclo (Argentina 1948), A partir de 0 (Argentina 1952-56, tres números), Mandrágora (Chile 1938-43, siete números), Leit-Motiv (Chile 1942-43, dos números) y Gradiva (Chile 1949, un número). La mayor parte de estas publicaciones fueron obra de los argentinos Aldo Pellegrini (n. 1903) y Enrique Molina (n. 1910) y del chileno Braulio Arenas (n. 1913) que, junto con el poeta mexicano Octavio Paz (v.) y el peruano Emilio Adolfo Westphalen (n. 1911), mantuvieron prendida la lámpara surrealista cuando todo conspiraba para apagarla.
Cabría, por último, mencionar otras revistas que, de un modo u otro, han tenido una indiscutible significación literaria e intelectual, como El Hijo Pródigo (México 194346), Orígenes (Cuba 1944-56), Mito (Colombia 1955-?), Istmo (México 1959), Casa de las Américas (1960), Arco (Bogotá 1960), Mundo Nuevo (París-Buenos Aires 196671), etc. T
odas las publicaciones citadas han cumplido, en una u otra ocasión, la función doble de registrar, por una parte, las insuficiencias e imposturas del momento en que nacieron y, por otra, de proponer e imponer un nuevo modo de comprender no sólo el hecho literario sino, asimismo, al hombre y al mundo.
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Imagenes de Catia,Caracas,tomadas del Cojo Ilustrado


Nota de un libro viejo sobre el tema:

....indicar, en forma ordenada y sistemática, el contenido de las revistas
literarias de Hispanoamérica.
A fin de dar una mayor facilidad en la presentación de tan vasta
y compleja investigación, la obra ha sido dividida en cuatro secciones:
I) Importancia, análisis y descripción de la literatura periodística
hispanoamericana; II) 50 pequeños ensayos sobre las más importantes
publicaciones periódicas de esta parte del continente americano; III)
Bibliografía escogida de títulos tomados de 125 revistas literarias; y,
IV) Bibliografía general.
A nadie puede escapar el papel cultural de la revista; es rápido
y útil vehículo de escritos, ensayos y artículos; da mayores facilidades
para el conocimiento de autores jóvenes o desconocidos y, sobre todo,
es difusor de ideas, movimientos literarios, tendencias políticas y
económicas, etc. Para ilustrar su aserto, el profesor Cárter recuerda
el significado que La Revista Azul (1894-1896), de México, tuvo para
el Modernismo; El Renacimiento (1869), para el movimiento literario
que resurgía en aquel entonces en el país azteca; El Cojo Ilustrado
(1892-1915), que reflejaba la vida, ideas, política y ciencia de esta
época venezolana; Los Nuevos (1920), que propagó una nueva ten-
dencia estética en el Uruguay.
Una vez examinada la importancia cultural de la revista, el autor
se plantea algunos problemas que se presentan al investigador y al
crítico, en especial las fuentes de información relacionadas con la
naturaleza de su contenido y los lugares de localización. Sin embargo,
esta necesidad la han tratado de llenar algunos autores con trabajos
especializados, ---------------------

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